La adolescencia es una etapa difícil, tanto para hijas e hijos como para las y los cuidadores, ya que cada uno se encuentran en etapas diferentes de la vida, lo que puede complicar la interacción. Además, hay toda una historia que ha establecido una tendencia sobre la forma en cómo los y las cuidadoras manejan las conductas problemáticas de las y los hijos, la forma en cómo interactúan, en cómo resuelven problemas, etc; es decir se ha establecido un estilo de crianza. Aunado a ello, la adolescencia se caracteriza por cambios acelerados de crecimiento, esto trae consigo nuevos retos para las y los cuidadores y su estilo de crianza, ya que implica una reflexión profunda sobre la necesidad de modificar algunos aspectos del rol como cuidadoras y cuidadores.
En este artículo invito y promuevo la reflexión sobre sí nuestro estilo de crianza y rol debería o no cambiar, además propongo una guía básica de hacia dónde recomiendo hacerlo.
La adolescencia
La OMS define la adolescencia como el periodo de crecimiento y desarrollo humano que se produce entre los 10 y 19 años. Se caracteriza por un ritmo acelerado de crecimiento y de cambios. Es un periodo de preparación para la edad adulta y se producen varias experiencias de desarrollo significativas encaminadas hacia: a) la independencia social y económica; b) el desarrollo de la identidad; c) la adquisición de las aptitudes necesarias para establecer relaciones saludables y asumir funciones adultas; y d) la capacidad de razonamiento abstracto.
Después de manera conjunta se requiere cuidar algunos pilares para mantener y volver sólida la relación.
Estos nos puede ayudar para repensar nuestro rol y guiarnos a establecer un estilo de crianza que promueva y facilite el desarrollo de las y los adolescentes hacia estos cuatro principales rubros. Podemos comenzar por preguntarnos, hasta el momento ¿Con qué acciones concretas ayudó y promuevo en mi hijo/hija su independencia social y económica, su identidad, a asumir funciones adultas? ¿De qué manera modelo y le enseñó la adquisición de las aptitudes necesarias para establecer relaciones saludables? ¿Cuándo me enojo por ejemplo, cómo reacciono yo, cómo lo manejo? ¿Cuándo estoy triste o frustrado? ¿Qué acciones concretas realizó para promover una relación sana y saludable entre yo y mi hija/hijo? ¿Con qué frecuencia he dicho o hecho cosas que lastiman y hieren a mi hija/hijo y me alejan de una relación saludable?...
En la adolescencia, la familia y la comunidad representan un apoyo fundamental. Un desarrollo sano contribuye a una buena salud mental y puede prevenir problemas en ésta área. Mejorar las habilidades sociales, la capacidad para resolver problemas y la autoconfianza son factores fundamentales para ello.
En este sentido, también es importante replantearnos ¿cómo promuevo en mis hijas e hijos sus habilidades sociales? ¿Cómo promuevo la empatía en ellas y ellos? ¿Yo soy empática/o con él o ella? ¿Les escucho activamente, sin juzgar, ni descalificar sus gustos, opiniones, etc? ¿Doy muestras de afecto? ¿Cuándo no me gusta algo que hace cómo lo manejo? ¿Cómo facilito activamente su capacidad de resolver problemas? ¿Prefiero resolvérselos, prefiero que no se exponga a situaciones porque creo que no va a poder solucionarlo? ¿Cuándo comete errores cómo le apoyo para que aprenda de ello o repare el daño? ¿Solo me enojo con él o ella, solo le castigo? ¿Cómo promuevo de forma activa su autoconfianza? ¿Le permito equivocarse y que aprenda? ¿Me enfoco en señalar sus errores? ¿Le reconozco las cosas que logra, por pequeñas que sean o considero que las cosas que sí hace son su responsabilidad y que no tienen por que reconocerse?
Este primer acercamiento que nos ayuda a reflexionar sobre nuestra crianza y rol como cuidadoras y cuidadores nos va servir para que en los siguientes artículos veamos algunas estrategias que nos pueden ayudar en nuestro rol y en mejorar la interacción con nuestras hijas e hijos.