Cultivar y fortalecer activamente nuestra autoestima nos ayuda como protección para los problemas emocionales y es un elemento que genera bienestar (Walter Riso, 2012), pero en muchas ocasiones la descuidamos, ya sea por las exigencias de nuestro día a día, porque simplemente no le damos importancia, no sabemos cómo hacerlo o por otras razones. Sin embargo, esto suele tener un impacto negativo en la forma en la que nos sentimos con nosotras y nosotros mismos, ¿Te has detenido a reflexionar sobre, qué tal está tu autoestima en estos momentos de tu vida?.
Sino ha sido así, es un buen momento para hacerlo. Si ya te lo has planteado y notas que no anda muy bien, es importante partir de la lógica de que el primer amor es el que se dirige a uno y una misma, y que una autoestima saludable se fundamenta en que nuestro valor como personas y nuestra vida es valiosa por sí misma, que no se necesitan razones o condiciones para querernos y amarnos.
Sin embargo, hay creencias, suposiciones y conductas que nos alejan de una autoestima saludable y cuando eso es así llegamos a tener diálogos internos en donde somos muy duros, exigentes e incluso agresivos con nosotras y nosotros mismos, llegamos a pensar que somos inútiles, menos que los demás, que no merecemos ser felices, que merecemos sufrir, etc.
Por lo anterior la práctica de la autocompasión resulta de gran ayuda para cultivar una autoestima saludable y detener esos diálogos internos que solo nos hacen sentir peor. La autocompasión tiene sus raíces en la práctica budista y se ha adaptado con éxito a la práctica clínica en terapias psicológicas quitando el aspecto religioso de ellas. Es una alternativa para manejar nuestro propio dolor y sufrimiento, así como para cultivar una autoestima saludable.
De acuerdo a Neff (2012) la compasión es lo que experimentamos cuando nos ponemos en el lugar de otra persona que sufre y sentimos deseos de ayudarle a aliviar su sufrimiento, por lo tanto, la autocompasión implica el reconocimiento y aceptación de nuestro propio sufrimiento, de nuestra imperfección y fragilidad, y el deseo de ayudarnos de manera amable, cariñosa y amorosa a aliviar nuestro propio sufrimiento como lo haríamos con un ser querido.
La práctica de la autocompasión, requiere en primera instancia, que tomemos conciencia propio sufrimiento. Sin embargo, lo más habitual es que no lo reconozcamos, en parte porque se nos enseña a mostrar una imagen de invulnerabilidad, una exigencia a sentirnos bien y a no quejarnos ante las adversidades.
Neff (2012) propone que una herramienta para practicar la autocompasión es detenernos y hacernos las siguientes preguntas cuando notemos que nos sentimos mal o afligidos o afligidas.
¿Qué estoy observando y sintiendo en este momento?
Ejemplo: Observo que cometí un error y me siento como un tonto.
¿Qué necesito ahora mismo?
Ejemplo: Detenerme, darme un espacio para calmarme, salir a caminar.
¿Qué peticiones puedo-quiero hacerme, o hacerle al otro de forma compasiva?
Ejemplo: Después de tranquilizarme necesito reconocer que sí cometí un error, recordarme que soy humano y que no fue intencional y después orientarme a arreglarlo de ser posible y aprender de ese error. Tener presente que ser muy duro conmigo mismo en realidad no arregla naday solamente me hace sentir peor.